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jueves, 22 de diciembre de 2011

Un capitulo de una novela sin sentido

La hierba brillaba. El Sol era amarillo. Las margaritas eran blancas. Mis uñas eran rosas. El mantel era azul. Sus ojos eran verdes. Respiré. Tenía restos de lágrimas en mis pestañas, a pesar de que me había lavado la cara en casa de Adrián. Me había mirado en el espejo y había visto la mala cara que tenía: pálida y sin brillo. Menos mal que siempre llevaba en el bolso colorete, gloss y rimel. Me maquillé. Me miré en el espejo. Parecía cansada. Estaba enfadada conmigo misma: era una estúpida. ¿Cómo podía ser así?
-¿Adri?
Alguien había llamado a la puerta. Era una chica.
-¿Sí? ¿Quién es?
-Helena, ¿y tú?
Abrí la puerta, no sin antes mirarme en el espejo. No quería parecer una muerta viviente ni nada de eso.
La puerta hizo un pequeño ruido antes de abrirse del todo y, ante mí, apareció una chica de unos diecisiete años, sonriente. Dios.
-Hola.
Su pelo era largo. Liso. Castaño.
-Hola, soy Ruth.
Alta. Delgada.
-Encantada.
Sonrisa perfecta.
-Igualmente.
Ojos azules. Como el mar.
Nos reímos.
-Soy la hermana de Adri.
-Ah, yo soy una amiga.
Salimos del pasillo y nos dirigimos al jardín, donde estaba Adrián sentado en la hierba. A su lado, un mantel con comida deliciosa. Precioso.
-Mmm, ¡qué rico! Seguro que es todo para mí- dijo Helena, riéndose.
-Ya, jaja- continuó Adrián.- Ha venido Jorge con la moto. Ha dicho que le llames.
-Okay.
Giré la cabeza a tiempo para ver cómo Helena cerraba la puerta principal de su casa ágilmente.
Miré a Adrián. Me miró. Sonreímos. Como en los viejos no tan viejos tiempos.

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